Vaidade é o cuidado
exagerado da aparência, pelo prazer ou com o objetivo de atrair
a admiração ou elogios de terceiros. É a necessidade de vangloriar-se, de ostentar, de se exibir.
Ter
vaidade é ter como princípio a ostentação, a exibição exagerada da sua riqueza,
de suas qualidades e capacidades físicas ou intelectuais.
Vaidade é uma característica de que tem orgulho, de quem tem um
conceito exagerado de suas qualidades, que é soberbo, arrogante, que se acha
grandioso. É uma característica daquele indivíduo que tem a vaidade acima de
qualquer coisa.
Vaidade é
um substantivo feminino que caracteriza aquilo que é vão, ou seja, aquilo que é
frívolo, fútil, tolo, que não possui conteúdo, e se baseia em aparência falsa,
mentirosa.
A
expressão ubersexual faz referência a um comportamento vaidoso, moderno,
sofisticado, com muito estilo. O ubersexual é aquele indivíduo que cuida da sua
aparência e gosta se se destacar, aparecer.
A vaidade masculina tem uma história curiosa.
Alterna entre se
assumir e se esconder, dependendo da cultura e da época. Pois sejam quais forem
os padrões vigentes, a aparência determina muito da percepção dos outros sobre
nós. É expressão de poder, atributo que sempre andou de mãos dadas com a
virilidade.
Na Grécia antiga
a beleza feminina não tinha importância, se comparada à dos homens. O atletismo
era o caminho para a perfeição física e mental, um atalho para a divindade. Não
à toa, Adônis até hoje nos serve como designação para corpos perfeitos. Para os
gregos o bom cidadão da polis tinha de ser “kalós kai agathós”, dito de outro
modo, belo e virtuoso.
No Egito, os
nobres do passado se depilavam pra remover as impurezas e assim ficarem mais
perto dos deuses. Controlavam o peso por meio de dietas com frutas e verduras,
usavam máscaras faciais e óleos para tratar e perfumar a pele. Removiam odores
corporais com óleos e cremes de leite, mel e lama. Se maquiavam tal qual as
mulheres.
Luis XIV, o Rei
Sol, governou de salto alto e corando o rosto com blush. Suas perucas foram
moda na corte francesa – e de países vizinhos – por mais de 150 anos. Construiu
o Palácio de Versalhes envolto em brocados e joias. Para o Rei Sol e seus
contemporâneos, o poder estava ligado à imponência estética. E foi Napoleão,
para promover a igualdade, quem proibiu o uso de saltos.
No século
XIX, a vaidade masculina voltou pro armário. A revolução industrial e o
racionalismo colocam os homens como uma figura cartesiana e desprendida da
estética. O suposto sexo forte a todo momento precisa dizer que não é
mulher, nem fracote, infantil ou manso. É macho, comedor de pregos, capaz de
sustentar qualquer parada, sempre pronto.
Só que ninguém aguenta esse
peso sem entortar.
Após a metade do século XX, referências únicas são esquecidas e
outras identidades, ainda que tímidas, sobem no tablado.
Para ostentar
virilidade, a preocupação com aparência recebe sinal verde. Ter sucesso
profissional, conquistar mulheres, exibir forma física e alardear sua saúde
adentram o inconsciente coletivo dos homens como justificativas para se
preocupar com o reflexo no espelho.
A vaidade, que
jamais deixou o palco, retorna à cena.
Cabelo em dia, terno alinhado, sobrancelha domada, hálito de
menta, dentes retos e brancos, pele decente, corpo saudável, músculos
desenvolvidos, olhar forte, aperto de mão firme, perfume na medida, sapato
correto, tênis da moda, calça passada, carro do ano, casa de encher os olhos,
esposa atraente, filhos bonitos, cargo de liderança, dinheiro em conta, rosto
tenso de quem está no controle da situação.
A vaidade
masculina perpassa tudo isso. Seja voltada pra si, para nossas posses ou para
aqueles com quem escolhemos nos relacionar.
Que os homens
entendam que sempre foram e ainda são vaidosos. Apenas expressam tal traço de
outros modos.
Que cada um de
nós cultive sua beleza como bem entender. Com uma necessáire cheia ou se
virando com água e sabão.
Sem medo de
expor nossa relação com a aparência, seja ela qual for. Construir a
masculinidade para além de uma caixinha com limites e regras é um convite à
liberdade.
Afinal, não se
nasce homem. Torna-se homem.
E nenhum creme
hidratante vai tirar isso de você.
Traducción al español - Google
La vanidad es el exagerado cuidado de la apariencia, por placer o con el fin de atraer la admiración o de terceros elogio. Es la necesidad de presumir, alardear, para presumir.
Tener la vanidad es tener como principio la vista ostentosa, exagerada de su riqueza, sus cualidades y capacidades físicas o intelectuales.
La vanidad es una característica que tiene el orgullo de los que tienen un concepto exagerado de sus cualidades, que es orgulloso, arrogante, que piensa en grande. Es una característica de la persona que presenta la vanidad más que nada.
La vanidad es un sustantivo femenino que caracteriza lo que es vano, es decir, lo que es frívolo, inútil, absurdo, que no tiene el contenido, y se basa en apariencia falsa, engañosa.
La expresión ubersexual se refiere a un comportamiento vanidoso, moderno, sofisticado, muy elegante. El ubersexual es la persona que cuida de su apariencia y gusto de destacarse, aparece.
La vanidad masculina tiene una historia curiosa.
Cambia entre asumiendo y ocultar, dependiendo de la cultura y el tiempo. Para cualesquiera que sean las normas actuales, la aparición determina gran parte de la percepción de los demás sobre nosotros. Es una expresión de poder, atributo que siempre ha ido de la mano con la virilidad.
En la antigua Grecia la belleza femenina no importaba, en comparación con los hombres. La pista era el camino a la perfección física y mental, un acceso directo a la deidad. No es de extrañar Adonis hoy sirve como la designación de cuerpos perfectos. Para los griegos el buen ciudadano polis tenía que ser "kalós agathos kai", en otras palabras, bellas y virtuosas.
En Egipto, los nobles del pasado depilavam para eliminar las impurezas y así estar más cerca de los dioses. Controlado de peso a través de dieta con frutas y verduras, que llevaban mascarillas y aceites de perfume para tratar y la piel. olores corporales con pala con aceites y cremas, leche, miel y barro. Si maquiavam igual que las mujeres.
Luis XIV, el Rey Sol, dictaminó en tacones altos y ruborizada cara con rubor. Sus pelucas estaban de moda en la corte francesa - y los países vecinos - desde hace más de 150 años. Él construyó el palacio de Versalles envuelto en brocados y joyas. Para el Rey Sol y sus contemporáneos, el poder estaba conectado a la grandeza estética. Y Napoleón, para promover la igualdad, que prohibió el uso del lúpulo.
En el siglo XIX, la vanidad masculina regresó al armario. La revolución industrial y el racionalismo ponen los hombres como figura independiente cartesiano y de la estética. La llamada más fuerte sexo todo el tiempo para decir, no es una mujer, no cobarde, niño o domesticado. Es uñas comedor masculinas, capaz de sostener cualquier parada, siempre listo.
Pero nadie puede manejar ese peso sin doblar.
Después de la mitad del siglo XX, sólo referencias se olvidan y otras identidades, aunque tímida, subir a la tarima.
Al deporte la virilidad, la preocupación por la apariencia recibe luz verde. Tener éxito profesional, la conquista de las mujeres, mostrar la forma física y la salud alarde de su paso en el inconsciente colectivo de los hombres como razones para preocuparse por el reflejo en el espejo.
Vanidad, que nunca abandonó el escenario, vuelve a la escena.
días del pelo, traje forrado, ceja domesticado, menta aliento, dientes rectos y blancos, piel decente, cuerpo, músculos desarrollados, la fuerte mirada, firme apretón de manos, fragancias lejanas, zapato derecho, zapatos de moda, los pantalones últimos, coche del año, casa para la vista, mujer atractiva, niños lindos, posición de liderazgo, cuenta de efectivo, la cara tensa de quién tiene el control.
La vanidad masculina impregna todo. Está dirigido a la otra, a nuestras posesiones o para aquellos que optan por relacionarse.
Que los hombres comprendan que siempre eran y siguen siendo vano. Como la expresión de este rasgo de otras maneras.
Que cada uno de nosotros cultivar su belleza como mejor le parezca. Con una bolsa de aseo completo o girando con agua y jabón
Sin miedo a exponer nuestra relación con el aspecto, cualquiera que ésta sea. Construir la masculinidad más allá de una caja con límites y reglas es una invitación a la libertad.
Después de todo, no nace un hombre. Se convierte en el hombre.
Y ninguna crema hidratante tomar de ti.
Nenhum comentário:
Postar um comentário